domingo, 6 de noviembre de 2011

Abuela Miseria

Cuando era pequeña mi mamá me llevo a escuchar muchas veces a un narrador de cuentos francés llamado François Vallaeys. Si bien sus sesiones de cuentos jamás fueron prohibidas para niños.. me resultaba algo extraño y peculiar ser la única enana de 7 años entre el público. Pero nunca me quejé, sus cuentos hacían mi imaginación volar, me hacen reflexionar sobre cosas que a mi edad eran inimaginables. Parte de lo que soy se lo debo a los cuentos de François Vallaeys, quien volvió el año pasado para dar la sesión de cuentos más reflexiva que ha dado desde que vino por primera vez, al rededor de 1999. El cuento que posteo a continuación es uno de los primeros que le escuché y que me abrió a una serie de nuevos pensamientos, lo dejo a su reflexión. Cito una línea que el solía repetir muy seguido entre sus cuentos:

Los cuentos no fueron hechos para hacer dormir a los niños, sino para despertar a los adultos.

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Dicen que vivía en las afueras de un pueblo una anciana muy vieja y arrugada como una vieja manzana. Esa anciana era muy pobre, no tenía casi nada para vivir solo una pequeña choza, una mesa, una silla, una cama, un poco de fuego para pasar el invierno y nada más. Bueno si tenía algo. Tenía un pequeño jardín y en él había un árbol, un manzano. Pero ese manzano no era como cualquier árbol, ese manzano daba las frutas más gordas, ricas, sabrosas, jugosas de todo el mundo. Pero ese justamente era el problema con la anciana porque cada vez que las manzanas estaban maduras venían los mocosos del barrio, se trepaban en el árbol y robaban todas las manzanas y la pobre abuela se quedaba sin nada, con las ganas nomás de comer sus manzanas, esas ganas que uno no puede satisfacer, que arrugan la piel y ensucian el pensamiento.

Así que todo el día la anciana, sentadita delante de su fuego, esperaba la muerte. La deseaba fuerte, no tenía otra cosa que hacer. Y la gente del pueblo, siempre lista para burlarse de los más pobres, la llamaba “¡Abuela miseria!, ¡Abuela miseria! ¡Jajajajajaja!”, se burlaban de ella. Sin embargo, un día toco la puerta de la choza de la abuela miseria un hombre todo vestido de blanco con barba blanca. Él entró y dijo “Abuela miseria, sé que no has tenido muchas cosas en tu vida ni mucha suerte, así que puedes pedirme lo que quieras y te lo daré”. ¡Qué podía pedir la abuela, qué difícil de contestar esa pregunta! Se puso a reflexionar y finalmente dijo “Yo quiero... yo quiero comer mis manzanas, yo quiero que nadie pueda ni subir ni bajar del árbol sin mi permiso.” “¿Es eso nomás?” dijo el hombre de blanco, “¡Concedido! Ya verás...” y el hombre se fue y la abuela miseria se puso a esperar.

Y vino la época de los frutos gordos, sabrosos, maduros, y vino la época, por supuesto, de los mocosos del barrio. Los niños se treparon en el árbol e iban a coger una manzana cuando de pronto POP. ¡Se quedaron pegados, prendidos en el árbol sin poder moverse! “Abuela miseria, abuela miseria, ¡ayúdanos!” “¡No, no, qué lindo, niñitos en mi arbolito!” “Abuela miseria por favor...” Pero la abuela miseria no quiso saber nada y dejó a los niños secándose en el árbol durante 5 horas. Pero finalmente, como ella no era mala, los dejo bajar y estos se fueron corriendo, asustados, prometiendo nunca más volver.

Así que ahora la abuela miseria podía comer sus manzanas. Imagínense la primera, después de tantos años de espera. Nadie puede describir esa felicidad, pero lo que sí se sabe es que la abuela miseria se olvido de lo que pensaba antes sobre la muerte. Pero un día tocó la puerta de la choza de la abuela miseria otro hombre todo vestido de negro con cara pálida, era la muerte. Ella entró y dijo “Abuela miseria, como estás, soy la muerte. Este... si yo sé que me has llamado mucho pero no tenía tiempo para venir, tú sabes tengo tanto trabajo en la tierra. Pero acá estoy, hoy te toca, ven conmigo, te llevo.” En ese momento la abuela empezó a pensar de verdad en la muerte, en el olor de la tierra húmeda. Ya no quería morir, total ya tenía sus manzanas, estaba feliz. Así que dijo “Muerte... no seas malita, el camino está bien largo hasta el más allá... y soy una anciana muy vieja. ¿No podrías alcanzarme una manzanita de mi arbolito para el camino?”. La muerte accedió y subió en el árbol y la muerte iba a coger una manzana cuando de pronto POP, ¡se quedó pegada, prendida ella también sin poder moverse! “Oye, abuela miseria, libérame, la muerte no puede quedarse así en un árbol”. “¡Si, si, que lindo la muerte en mi arbolito!”.

Y la muerte se quedó en el árbol de la abuela miseria, pero ustedes se imaginarán el mundo sin muerte, terrible. Porque ninguna flor se moría, ninguna yerba, nadie podía caminar en ningún lado, y no se veía el cielo de tantos insectos que había y en los hospitales ya no había sitio. Pero lo peor era en los campos de batalla, imagínense, la cabeza por un lado, el cuerpo por otro lado y todo eso se movía vivo aún. Horrible, y eso la muerte lo sabía así que decidió hacer un trato con la abuela miseria. “Abuela miseria, vamos a hacer algo. Tú me dejas bajar, seguir haciendo mi trabajo tan necesario. Y yo nunca te llevaré, te quedarás para siempre.” “Ah, déjame reflexionar... está bien, baja pues”. La muerte bajo y se fue. Y la miseria, la miseria se quedó y se quedará para siempre en el corazón de los hombres y las mujeres de la tierra. Pero felizmente no hay solamente miseria, en el jardín de la miseria hay un árbol, un manzano que florece en primavera, que crece en el corazón de los hombres dignos y ese árbol se llama Esperanza.